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Digital Nomadland, el fracaso del pueblo tecnológico

Una isla portuguesa creó Digital Nomadland, un pueblo para trabajadores remotos y con la promesa de una comunidad próspera. Sin embargo, ninguna de las afirmaciones prometidas se pudieron cumplir. Laderas onduladas, con plátanos, palmeras y pinos, se abren espacio por detrás de las casas diseminadas en las colinas. Una iglesia pintoresca, la parroquia de Ponta do Sol, está rodeada de un escenario subtropicalmente exuberante.

Ubicado en la costa sur de Madeira, Ponta do Sol es la isla principal del archipiélago portugués del mismo nombre. El lugar se había transformado en el sitio para el trabajo remoto, además de ser la capital regional de Madeira, Funchal, que recibiría una conferencia sobre esta forma laboral. Los nómades digitales buscan la “buena vida” o “ser feliz y ganar millones”. Muchos de los que llegan a Portugal, han estado recorriendo diferentes ciudades del mundo, particularmente asiáticas. Muchos recorren sitios como Malasia, Bali, Tailandia y Vietnam antes de regresar a Europa.

Digital Nomadland apunta al estilo de vida nómada digital, donde el trabajo a distancia es lo primordial. Madeira fue seleccionada por el bajo costo de vida, las velocidades de internet, la belleza para mostrar en Instagram y las playas para navegar. Aquí estamos ante los pilares del marketing de la vida nómada digital. El primer punto, de esta comunidad, había comenzado en la España rural. Este proyecto apuntaba a evitar los centros urbanos bulliciosos, que hasta ahora habían sido experimentados.

El trabajo en Digital Nomadland

Los puntos que son elegidos por las comunidades nómadas digitales suelen aparecer burbujas para extranjeros adinerados. Con muchas personas “blancas” que se agrupan en cafeterías y espacios de cooworking. Además de otros negocios que pretenden satisfacer sus necesidades y comodidad. Cuando se pensó en Madeira, la primera intención era que los trabajadores remotos itinerantes pudieran vivir como los locales. Así fue como se decidió la presentación al gobierno de la localidad portuguesa.

En su momento todo se dio con suma facilidad. El covid-19 había desplomado el turismo en el archipiélago. Eso había generado inconvenientes a la comunidad nómada, que parecía encontrar una primera solución. Los profesionales de altos ingresos se encontraron con la posibilidad de invertir su dinero en los negocios locales. Así fue que el sitio se convirtió en una incubadora de proyectos regionales.

En busca de un nuevo mundo

El “experimento”, que parecía apuntar al turismo, era una mezcla del futuro laboral con la inmigración selectiva. El proyecto tuvo un inicio alentador, en parte por el entusiasmo generado en la Portugal continental. Había cierta ironía en lo que sucedía, mientras la pandemia había cerrado fronteras, se crearon incentivos financieros para abrirlas.

En febrero de 2021 se lanzó oficialmente Digital Nomadland con un puñado de residentes inaugurales.  Un año después, en febrero de este año, ya había unos 200 trabajadores remotos de todo el mundo. Esta iniciativa no es un pueblo físico, es más un argumento de marketing y de infraestructura virtual que posibilita la interacción con otros trabajadores remotos. El pueblo, con sus lugareños, y estos nómadas, suelen llevar totalmente separadas en materia e intereses sociales y culturales.