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¿Es posible predecir el crimen? La neuropredicción y sus desafíos

En la película Minority Report, un marido descubre a su esposa con otro hombre y, lleno de ira, se prepara para matarla. Justo antes de que cometa el crimen, una unidad policial, especializada en predecir delitos, irrumpe en la escena y detiene el asesinato antes de que ocurra. Aunque esta situación es pura ciencia ficción, la idea de predecir la violencia futura no está tan alejada de la realidad. Desde hace años, algunos países están experimentando con el uso de técnicas neurocientíficas para tratar de predecir comportamientos violentos, especialmente la reincidencia. En este artículo, exploraremos el concepto de neuropredicción, sus limitaciones y por qué muchos expertos consideran que debemos ser cautelosos con estas prácticas.

neuropredicción

La neuropredicción: ¿una solución o un problema?

La neuropredicción es una técnica basada en el uso de neurociencia para intentar predecir el comportamiento violento. Para ello, los científicos utilizan tecnologías como la resonancia magnética funcional (fMRI) para observar la actividad cerebral y correlacionarla con el riesgo de que una persona cometa un delito en el futuro. Por ejemplo, algunas investigaciones han encontrado que la baja activación de áreas cerebrales como la corteza cingulada anterior (CCA) se asocia con un mayor riesgo de violencia. Este tipo de estudios ha llevado a algunos defensores de la neuropredicción a argumentar que, si el sistema de justicia pudiera identificar a las personas con mayor riesgo de reincidencia, sería posible intervenir para evitar futuros delitos.

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La idea suena prometedora, pero existen varios problemas con este enfoque. Uno de los desafíos más importantes es que estas correlaciones son probabilísticas, no determinísticas. Esto significa que, aunque una baja actividad en la CCA puede estar relacionada con un mayor riesgo de violencia, no garantiza que una persona necesariamente cometerá un crimen. Las vidas humanas son complejas, y factores como el entorno y las circunstancias personales juegan un papel crucial en la conducta. Como señala el neurocientífico David Eagleman, “el crimen es contextual”, lo que implica que el cerebro no actúa en un vacío.

El dilema del libre albedrío y la justicia penal

La neuropredicción toca directamente el concepto del libre albedrío, un tema filosófico que ha generado debates durante siglos. En el ámbito penal, existen dos grandes posturas respecto al libre albedrío. La primera es la visión retributiva de la justicia, que defiende que las penas deben ser proporcionales a la gravedad de los delitos cometidos. Según esta postura, el comportamiento humano es libre, y las personas son responsables de sus acciones, por lo que deben enfrentar las consecuencias de sus decisiones.

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En contraste, la segunda postura adopta un enfoque más determinista. Esta visión, ejemplificada en la obra “Duelo a garrotazos” de Goya, sugiere que los humanos están atrapados en su destino, sin capacidad para cambiarlo. Desde esta perspectiva fatalista, los actos humanos son inevitables, y las personas no tienen control real sobre sus decisiones. Este determinismo es compatible con una visión reduccionista del cerebro, en la que el comportamiento se explica únicamente en términos de interacciones neuronales.

La neuropredicción, al basarse en correlaciones cerebrales para predecir el comportamiento, parece acercarse a este enfoque fatalista. Sin embargo, existen al menos tres grandes objeciones a esta forma de pensar. Primero, como explica el filósofo Alfred Mele, la neurociencia no ha demostrado que el libre albedrío no exista. Segundo, la neuropredicción se basa en probabilidades, no en certezas absolutas. Una baja actividad en la CCA puede aumentar el riesgo de reincidencia, pero no asegura que una persona cometa otro delito. Tercero, al asumir que una persona no es libre para evitar un crimen, el sistema estaría contradiciéndose al intentar prevenir un acto que, en teoría, ya está determinado.

Neuroprevención: una alternativa a la neuropredicción

Aunque la neuropredicción plantea muchos problemas éticos y conceptuales, esto no significa que la neurociencia no pueda ser útil en el sistema de justicia. En lugar de intentar predecir el crimen, algunos expertos proponen una estrategia llamada neuroprevención. Este enfoque sugiere que la neurociencia se utilice para reducir el riesgo de futuros delitos a través de intervenciones diseñadas para mejorar habilidades cognitivas como la empatía o la capacidad de planificación.

Las técnicas de neuroimagen, como la fMRI, pueden ofrecer información valiosa que complemente las pruebas psicológicas tradicionales. Por ejemplo, estas técnicas podrían ayudar a identificar áreas del cerebro relacionadas con la impulsividad, lo que permitiría desarrollar programas de intervención específicos para cada recluso. Este enfoque respetaría la capacidad de las personas para cambiar su propio destino, trabajando de manera proactiva para su eventual reintegración social.

La neuroprevención se basa en la idea de que, si bien el cerebro influye en el comportamiento, no determina completamente el futuro de una persona. Los seres humanos no somos simplemente el resultado de nuestras neuronas. Factores como el entorno, la educación y las relaciones personales también juegan un papel crucial en nuestra toma de decisiones.

Seguridad ciudadana y rehabilitación

La prevención del crimen es importante, pero debe ir de la mano con un enfoque que respete los derechos humanos y que ofrezca a las personas la oportunidad de rehabilitarse. La neurociencia puede ser una herramienta útil para mejorar la seguridad ciudadana, pero no debe utilizarse como excusa para justificar medidas que infrinjan la libertad individual o prolonguen castigos de manera arbitraria.

En lugar de ver la neurociencia como una solución mágica para prevenir crímenes, debemos enfocarnos en cómo puede ayudarnos a diseñar estrategias de intervención que promuevan el cambio en los reclusos. Es crucial trabajar en habilidades como el autocontrol, la planificación y la empatía, todas ellas asociadas con una menor probabilidad de reincidencia. Este enfoque ayudaría a los reclusos a influir en su propio futuro y, al mismo tiempo, protegería a la sociedad de futuros delitos.

Además, la neuroprevención permitiría a los reclusos participar activamente en su rehabilitación, en lugar de sentirse como víctimas de un destino inevitable. De esta manera, el sistema de justicia no solo castiga, sino que también acompaña a las personas en su proceso de reintegración social.

El equilibrio entre ciencia y ética

La neurociencia ha hecho avances significativos en los últimos años, y su potencial para mejorar el sistema de justicia es innegable. Sin embargo, debemos ser cautelosos a la hora de interpretar sus hallazgos. Adoptar una visión neuroesencialista, que reduzca el comportamiento humano a la actividad cerebral, sería un error. Las personas no pueden entenderse únicamente como cerebros aislados. El entorno, las relaciones sociales y la historia de vida son factores igualmente importantes.

Por tanto, el diálogo entre la neurociencia y otras disciplinas como las ciencias sociales y las humanidades resulta esencial. Solo a través de una visión interdisciplinaria podremos desarrollar un enfoque más justo y completo de la conducta humana. La justicia no puede basarse únicamente en lo que nos dice el cerebro. Debemos tener en cuenta la complejidad del ser humano y el contexto en el que toma sus decisiones.

En conclusión, aunque la neurociencia puede aportar mucho al sistema judicial, es fundamental no caer en la trampa de sobreestimar su alcance. Las herramientas científicas pueden ser poderosas, pero no son infalibles. Mantener un enfoque crítico y ético es clave para evitar que las tecnologías del futuro se utilicen para controlar, en lugar de liberar, a las personas.